Ha fallecido
La última misa será efectuada el día 30 de noviembre, a las 6:00 pm, en la Iglesia San Judas Tadeo.
Una de las principales razones por la que tanto nos cuesta y tanta angustia nos produce afrontar la muerte es que ignoramos la verdad de la impermanencia. Tan desesperadamente deseamos que todo siga como está que suponemos que las cosas podrían continuar igual. Esta ficción es el endeble cimiento sobre el cual construimos nuestra vida.En nuestra mente los cambios siempre equivalen a pérdida y sufrimiento. Damos por supuesto, tercamente y sin ponerlo a tela de juicio, que la permanencia proporciona seguridad y la impermanencia no. Pero, en realidad, la impermanencia es difícil e inquietante al principio, pero cuando se la conoce mejor, mucho más amigable y menos perturbadora de lo que hubiéramos podido imaginar.
Reflexione sobre esto: la percepción de la impermanencia es, paradójicamente, la única cosa a que podemos aferrarnos, nuestra única posesión duradera. Incluso Buda murió. Cuando se acercaba su muerte, Buda dijo:De todas las huellas de pisadas, la del elefante es la suprema;de todas las meditaciones sobre la presencia mental, la de la muerte es la suprema.¿Qué es nuestra vida sino una danza de formas efímeras? ¿No está todo cambiando constantemente, las hojas de los árboles del parque, la luz de su habitación mientras lee esto, las estaciones, el clima, la hora del día, la gente con la que se cruza por la calle? ¿Y nosotros qué? ¿Acaso no nos parece un sueño todo lo que hemos hecho en el pasado? Los amigos con los que crecimos, los lugares favoritos de nuestra infancia, las creencias y opiniones que en otro tiempo tan apasionadamente defendíamos: lo hemos dejado todo atrás. Ahora, en este instante, leer esto le parece algo vívidamente real. Pero incluso esta página no tardará en ser sólo un recuerdo.Somos impermanentes, las influencias son impermanentes, y en ninguna parte hay algo sólido ni duradero que podamos señalar. ¿Qué puede haber más imprevisible que nuestros pensamientos y emociones? Nuestra mente es tan impermanente y efímera como un sueño. Observe un pensamiento: viene, permanece un tiempo y se va. El pasado ya ha pasado, el futuro aún no ha surgido e incluso el pensamiento presente, mientras lo experimentamos, se convierte en pasado.Lo único que tenemos en realidad es el ahora.
Hágase estas dos preguntas:¿Recuerdo en todo momento que estoy muriendo, y que todas las demás personas y cosas también mueren, de modo que trato a todos los seres en todo momento con compasión? Mi comprensión de la muerte y de la impermanencia, ¿es tan aguda y urgente que dedico hasta el último segundo a la búsqueda de la superación espiritual? Si puede responder "sí" a estas dos preguntas, entonces ha comprendido de verdad la impermanencia.Tomemos por ejemplo, la experiencia de casi muerte. Quizá una de sus más importantes revelaciones es cómo transforma la vida de quienes han pasado por ella. Se observan una variedad de cambios y efectos posteriores:Una disminución del miedo y una aceptación más profunda de la muerte.Una mayor preocupación por ayudar a los demás.Una visión más cabal de la importancia del amor.Menos interés por los logros materiales.Una creciente fe en una dimensión espiritual y en el sentido espiritual de la vida.Una mayor disposición a creer en la vida después de la muerte.La contemplación dela muerte nos proporcionará un sentido cada vez más profundo de lo que llamamos "renuncia", ngé jung en tibetano. Ngé quiere decir "realmente", y jung significa "salir", "emerger" o "nacer". El fruto de una reflexión frecuente y profunda sobre la muerte será una sensación de "emerger", muchas veces con cierta repugnancia, de los comportamientos habituales. Nos sentiremos cada vez más dispuestos a abandonarlos y, al final, podremos librarnos de ellos con tanta facilidad, dicen los maestros, "como si se extrajera un pelo de un trozo de mantequilla".
La codicia, el aferramiento, es la fuente de todos nuestros problemas. Puesto que, para nosotros, la impermanencia equivale a angustia, nos aferramos desesperadamente a las cosas, aun cuando todas las cosas cambian. Nos aterroriza desprendernos de ellas; de hecho, nos aterroriza vivir, ya que aprender a vivir es aprender a desprenderse. Y esa es la tragedia y la ironía de nuestra lucha por retener: no sólo es imposible, sino que nos provoca el mismo dolor que intentamos evitar.