9/21/2006

Retracción del Tímpano

Fuimos anoche. Luego de encontrarnos con Caonex Peguero en el Foyer, a quien admiro tanto y que -por supuesto- no me reconoció porque por el simple hecho de que yo lo admire no significa que él sepa quien soy. Y sé que le sorprendió que además lo saludara como quien lo conoce muy bien. Pienso en qué hace que se aleje de ese violín que le escuché tantas veces en la iglesia, como a Vilma el piano mientras le daba clases a Karine. Así nos ubicamos en la Fila L, asiento 10 y 11, Máximo y yo. Los mejores asientos de todo el Teatro. Felicito a mi amigo Yuan Eu por la selección tan exquisita. Asientos centrales, con la elevación adecuada para ver a partir de cuando el horizonte del escenario empieza a sembrarse de intérpretes. Nuestras butacas se arropan en medio de la concavidad que disemina la música de nuestra maravillosa Orquesta Sinfónica. Somos Venus naciendo del pincel de Boticelli. No hace falta ser sonidista para enterarse de que estábamos en la gloria.
Esperábamos con cierta nerviosa anticipación la llegada del invitado Eldar Nebolsin, afamado pianista, para inaugurar la temporada sinfónica con el concierto No. 1753, llamado "Todo Mozart", dedicado a la memoria de Rafael Villanueva. Y al menos yo, también esperaba ver a Iván del Prado en acción, luego de ciertas referencias.
No sé si les he comentado que sufro de una leve retracción del tímpano en ambos oídos, lo cual sólo se agravará con el tiempo. Es un problema genético. Todos en mi familia hablan tan alto debido a que son incapaces de escucharse a sí mismos o escuchar correctamente puesto que sufren de esta misma dolencia. Tímpanos retraídos provocan oír muy alto sonidos perfectamente modulados. Cuando me hallo en el gimnasio, por ejemplo, soy incapaz de entender en detalle las órdenes de mi instructor puesto que el murmullo general o la música de fondo me lo impiden, entonces debo atender al movimiento para seguir la clase. No estoy sorda, gracias a Dios, pero tengo un Aleph en los oídos, escucho todo al mismo tiempo y mi sentido, a pesar de ser bastante aguzado, me entrelaza cada mínimo sonido en un gran barullo cuando se encuentra a expensas de muchedumbres. Además, ésto me permite escuchar a la distancia perfectamente un mínimo movimiento, como el roce de la ropa que una dama a diez metros hace al cruzar las piernas. Puedo incluso, sin temor a equivocarme, señalar a la persona. Sin embargo, eso de que tengo "oído de tísico", como se diría en el Cibao, a veces, en vez de causarme placer, me provoca aprensión.
Obertura de la ópera "La Flauta Mágica". Excelente. Creo que los silencios musicales ejecutados por del Prado fueron muy pronunciados y estoy casi segura de que no era el deseo de Mozart que se alargaran tanto. Debo confirmarlo escuchando otras ejecuciones. Si bien es cierto que los silencios en la música son de libre interpretación, también es cierto que el sentido común que dicta el diálogo entre instrumentos me dice otra cosa respecto a esta pieza. Y aunque parece contradictorio, me doy cuenta de que del Prado me va a gustar mucho, primero por su gran parecido con Pedro Almodóvar, segundo porque tiene sangre en las venas, dulzura en sus movimientos (parece un bailarín mientras gesticula) y, por último, porque cada miembro de la orquesta es importante para él: los señala por separado con su mano libre, les sonríe si se deleita en lo que escucha, les indica sin batuta e indica el tempo sin ninguna clase de ego personal. Le deja a la batuta el orden numérico del solfeo y a la mano la calidez de la dirección. Así debería de ser siempre. Un humilde humano privilegiado por dirigir algo que excede su propia existencia. Mi problema fundamental con los directores como el gran Maestro Piantini colinda entre su gran ego y mi gran intolerancia para con su gran ego. Del Prado fue, en todo momento, cálido, versátil y humano.
Llega Nebolsin. Aplausos de bienvenida. Pasamos al primer movimiento del concierto No. 13 en Do mayor para piano y orquesta, K. 415 (387b) . (Allegro) Es casi el final y pienso "¡qué decepcionante!" El sonido que menos me agrada del piano es cuando los dedos atropellan el marfil y éste a su vez casi choca con su vecino haciendo la experiencia en el teclado poco placentera. Así toca mi primita, como si sus manos le importaran más que la pieza en sí. Yo no quiero escuchar la tecla martilleando, yo quiero escuchar el sonido que ella provoca al vibrar. Le atribuyo mi decepción a la retracción de tímpano. Segundo movimiento (Andante) Y entonces me doy cuenta, estoy exenta de pecado puesto que Nebolsin se supera a sí mismo, se esmera en los sonidos andantes, su fuerte es lo casi imperceptible, no hay presencia humana en la caja de piano, sólo hay ángeles alabando a Dios. Entonces lo reivindico en mi interior y le doy el primer real aplauso. El tercer movimiento (Allegro) nuevamente excelente. Se termina el concierto No. 13 y ya me siento flotar. Al parecer, en el inicio estuvo nervioso. El hombre es realmente joven y prodigioso además que me encantó escucharlo hablar muy suavemente en español. Sus dedos son una bendición porque para tocar la 13 hay que tener pantalones. Luego se sienta a deleitarnos con una sonata, que aún debo averiguar cuál es (ya saben que tengo dislexia con los nombres). Y cuando termina, entonces respiro. Lo despedimos con un gran aplauso.
Intermedio. Humanidad aglomerada para salir como si les molestara quedarse en la nube por tanto tiempo. ¿Por qué carajo la gente no se aquieta? ¿Por qué han tosido tanto? ¿Por qué soy tan jodona e intolerante? ¿Por qué se mueven en sus asientos? ¿Por qué huyen de sus pensamientos? ¿Por qué, en vez de definitivamente apagar sus celulares o ponerlos en modo de vibración, los ponen en tonos bajos que puedo perfectamente escuchar? La gente es imprudente...si me dejaran sola en este cielo. Intercambiamos impresiones de lo escuchado, no de lo que estoy pensando. Máximo hace sus chistes, yo casi me ofendo sin que él se dé cuenta porque sigo inmersa en Mozart y no tiene sentido volver a este siglo, a esta butaca que cruje demasiado, al choque de mi codo con el de la señora que respira ruidosamente a mi izquierda. ¡¡¡QUIERO QUE LLEGUE EL CONCIERTO NO. 35!!! Se lo digo a Máximo para llenar el vacío del tiempo. Le digo, además, que es uno de mis favoritos y se lo repito y, para arrugar los minutos, le digo que me encantó del Prado. Le digo que lo que viene es muy bueno y que sé que me va a gustar mucho. Porque nosotros no sabemos mucho de las cosas que ama el otro, por eso nos vamos informando. El permanece en sus chistes así que miro fijamente el escenario y lo encuentro tan rojo, como si la música recién tocada desangrara lo corpóreo. A nadie alrededor genuinamente le importa como le importa a Pavle Vujcic (Concertino, Primer Violín de la OSN), que duró un ratito en su butaca, acariciando su violín como si también se desangrara. Pavle siempre me luce tan cansado. Si él supiera cuánta felicidad me ha dado todos estos años quizá lo estuviera menos. Ojeo el Programa y le digo a Máximo que me gustaría venir el 27. A ver si programamos esa excursión, diletantes.
Finalmente llega y me arrebata. No por nada el primer movimiento se toca Allegro con Spirito. La ausencia del piano que se llevaron durante el intermedio me agrada. Casi aplaudo cuando se lo llevaron. Nada personal. La saturación de violines me lleva lejos y muevo la cabeza involuntariamente, mi pecho sube y baja, veo que Del Prado es genuino. Cada uno de los movimientos del #35 es perfecto. Cada uno tan lejos del otro y sin embargo se pertenecen. Andante, Menuetto, Presto....Quiero toser como la gente imprudente pero me aguanto las ganas en honor de la pieza. No quiero que termine pero termina justo en el cuarto, como debe ser, como cada vez. Y luego de los aplausos, toso a rienda suelta, el encendido de la luz indica salida. 10:05 pm. 10:25 pm cuando Máximo abre con la llave nuestra casa y todavía no he llegado a mi cuerpo cuando allá en el fondo de la cavidad auditiva escucho arriba y abajo el arco contra las cuerdas de decenas de violines y violas.